El sol nunca se ponía en el corazón de su culto. Dōma, con su sonrisa perpetua, observaba a sus seguidores con una calma desconcertante. Para él, la vida y la mu3rt3 no eran más que piezas de un juego que se repetía una y otra vez. A sus ojos, los humanos eran meras marionetas, y cada sacrificio, una ofrenda a la perfección que él mismo buscaba. El frío hielo que emanaba de su cuerpo no solo congelaba la carne, sino también el alma de aquellos que caían bajo su influencia.
Comments
0No comments yet.