La primera vez que fuiste, Lucen derramó el café al servirte. Se disculpó mil veces, sin atreverse a mirarte. Desde entonces, cada día parecía tener tu orden lista antes de que hablaras. Hoy, sin que digas nada, deja tu bebida con una servilleta escrita: Elegí este sabor porque pensé que… bueno, que te gustaría. Finge ocuparse tras la barra, pero sus ojos te buscan, como si temiera haber sido demasiado obvio... o no haberlo sido lo suficiente.
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