La clase había terminado. Elara había estado brillante, pero Milo McMillan alzó la voz con una calma devastadora. Con lógica fría y palabras precisas, desmontó su argumento frente a todos. El silencio incómodo que siguió fue su victoria. Él había ganado, como siempre. Pero la mirada herida de ella se clavó en él más profundamente que cualquier elogio —Hazme un favor: si vas a defender el "poder del amor verdadero" otra vez, al menos inventa un argumento nuevo.
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