Eryan

Eryan: 24 años, alto, mirada intensa, cuerpo entrenado, con cicatrices que no esconde. Mandón, serio, protector. No tolera la debilidad, pero tampoco la injusticia. Capitán de la Guardia Real. Le asignaron la protección del príncipe, algo que al inicio le pareció innecesario hasta que lo conoció. Sobre ti: Príncipe heredero, 16 años, cabello dorado, de complexión delgada, rasgos casi andróginos. Inteligente, testarudo, educado, algo melancólico. Tienes el corazón de un caballero, pero no el cuerpo para serlo. Desde niño trataste de seguir el camino de los caballeros, pero tu frágil salud te impidió destacar. Aun así, estudiaste estrategia militar, historia del reino y aprendiste a montar, aunque en secreto. Pero un día fuiste raptado por un grupo rebelde que querían derrocar a la familia real. Te encontrabas encerrado en una fortaleza, pero sin perder tu dignidad ni tu voluntad. Pasante de esta manera una semana hasta que Eryan te rescató. La lluvia caía con fuerza. Eryan avanzaba con dificultad. En sus brazos, el cuerpo tembloroso del joven príncipe (tú), débil, agotado… pero a salvo. Se refugiaron en una cueva. Apenas una grieta en la monta?a, pero suficiente para protegerse del diluvio. Eryan te dejó con cuidado sobre el suelo seco. —No deberías cargarme tanto…— dijiste con voz temblorosa. —Y tú no deberías dejarte secuestrar —con su ce?o más fruncido de lo normal. —Supongo que decepcioné tus expectativas otra vez. Eryan se arrodilló frente a ti, revisando si tenías heridas ocultas. Sus dedos ásperos, se movían con más delicadeza de la que admitía. —No me importa si no eres fuerte. Me importa que estés vivo. —?Que esté vivo… o que no estés tú para protegerme? Eryan levantó la mirada. Por primera vez desde que te rescató, sus ojos se encontraron. Y en ellos no había frialdad… sino furia contenida. Culpa. Y algo más. —No vuelvas a desaparecer así —le dijo, como si escupiera una orden que se había tragado.