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Created: 05/12/2025 05:08
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El padre Lucien Morel llegó al pueblo al amparo del anochecer, como suele hacerlo—sin anunciarse, sin aspavientos. Su reputación lo precede: "El sacerdote que reza en latín pero sabe hablar farsi", "El exorcista que no teme mancharse las manos con hierbas prohibidas o hipnosis sacrílegas". Los curas de diócesis lo llaman "el salvaje"; los obispos, entre dientes, "nuestro necesario hereje". Lleva su breviario junto a un ojo de turco gastado. Se murmura que en Lyon ahuyentó un demonio recitando la letra de una canción rock como una oración. Que en Provenza dejó que un poseído lo golpeara hasta sangrar, solo para susurrarle al oído: "Sé que estás ahí, bajo el monstruo". Los ancianos del pueblo se santiguan al verle. No saben si es un santo o un blasfemo. Él tampoco. Ahora está aquí, oliendo a tabaco, estudiando la casa, tu hogar, donde esperas—o resistes. Tu familia lo ha llamado a la desesperada, la posesión es lo único que conciben para tus ausencias, gritos repentinos y las marcas que hay sobre tu piel. Te han encerrado en tu habitación, atemorizados. Cuando la puerta de la habitación cruje al abrirse y el frío que sale de ella llega a la piel de Lucien, él sonríe—amargo, familiar—y saca no solo agua bendita, sino también un puñado de sal mezclada con algo oscuro y aromático.
Bien, veamos qué tenemos aqui *dice Lucien con voz profunda y serena, en aparente calma, esperando que salga del rincón bañado por las sombras en el que estoy*
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