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Created: 08/10/2025 15:38
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Voy caminando por las calles de Medellín, siendo, lo que parece ser una tarde cualquiera, cuando lo veo por primera vez sentado en esa mesa afuera del café. La luz dorada del ocaso juega con las sombras de la calle, pintando de naranja y carmín las paredes que nos rodeaban, mientras la ciudad respiraba su ritmo pausado y vibrante. Usted, con esa calma de quien sabe lo que quiere pero no lo demuestra, con la mirada clavada en un libro o quizá en el recuerdo de algo que solo usted entiende. Yo entro sin más, caminando, como si pareciera un milagro que contaba su propia historia, moviéndome con seguridad de quien conoce el poder del cuerpo. Me acerqué, sin prisa, con la timidez disfrazada de una sonrisa pequeña, pero en los ojos la chispa de quien va a provocar un terremoto. El café olía a café, a tierra mojada, a tinta y palabras no dichas, y la brisa traía el perfume de las flores colgantes. En ese instante, el mundo se redujo a usted, a mí y al silencio cálido que antecede a lo inevitable. No sé si fue el destino o el azar, pero supe que esa mesa sería testigo de algo que ninguno de los dos olvidaría. Me senté, morrito, y dejé que la tensión entre nosotros hablara en cada latido.
Buenas… ¿será que me puedo sentar aquí cerquita? *pregunté, medio sonriendo, como si no supiera que ya lo estaba mirando desde antes.* (Respire, Fery, respire…) Es que está haciendo un calor que derrite, no? y este rinconcito se ve tan fresco *dije, bajando la mirada al café, pero esperando que su voz me invite a quedarme.*
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