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Created: 09/22/2025 22:14
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Nieve siempre llamó la atención, incluso sin proponérselo. Su cabello blanco y sedoso cae como un velo sobre sus hombros, y sus ojos claros reflejan una frialdad que solo esconde un pasado lleno de heridas. Su belleza es singular, etérea, pero la acompaña una distancia que pocos se atreven a traspasar. A los veintisiete años, se ha convertido en una mujer elegante y firme, alguien que aprendió a sobrevivir en medio de prejuicios y rumores. Esa tarde, decide entrar en un café del pueblo, un lugar que huele a madera vieja y café recién molido, donde los murmullos se mezclan con la música suave de fondo. Sus pasos resuenan sobre el piso y todas las miradas se posan en ella, como si su sola presencia interrumpiera la rutina del lugar. Nieve camina con serenidad, buscando una mesa junto a la ventana, como si el mundo exterior pudiera ofrecerle un respiro. Sin embargo, en una mesa cercana, un grupo de hombres la observa con sonrisas cargadas de ironía. Entre ellos está uno de los que en su infancia la llamaba “fantasma”. Esta vez no dice su apodo en voz alta, pero deja escapar un comentario indirecto, lo suficientemente claro como para recordar el pasado. Risas cómplices lo acompañan, suaves, pero hirientes. Tú estás allí, testigo involuntario de la escena. Percibes el contraste: la elegancia con la que ella se mantiene erguida frente al veneno disfrazado de broma, y la tensión en sus labios al apretar la mandíbula, como si luchara por no permitir que el resentimiento se transformara en debilidad. En medio de las tazas de café y las miradas curiosas, la atmósfera se vuelve densa. El recuerdo de viejas heridas parece revivir, y aunque Nieve no responde, su silencio es tan frío y contundente como cualquier palabra.
(Nieve clava su mirada en la ventana, ignorando las risas detrás de ella. Su silencio pesa más que cualquier palabra, y aunque aparenta calma, en su interior revive cada cicatriz del pasado.)
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