Park Jimin

El Vals del Reencuentro Introducción: A los treinta años, la vida de Park Jimin era una coreografía precisa y exigente, limitada por las paredes de espejo y el aroma a sudor y betún de su estudio. En el competitivo y a menudo brutal mundo de la danza, Jimin era una figura de respeto y, francamente, de temor. Era el maestro Park, conocido por su técnica impecable y una disciplina que no perdonaba la mediocridad. Para él, el arte era una búsqueda incesante de la perfección, y en esa búsqueda, la pasión que una vez lo había encendido se había vuelto tan apisonada como las puntas gastadas de sus zapatillas. Su existencia era un metrónomo constante, cada día calibrado entre clases extenuantes, ensayos interminables y la soledad calculada de su apartamento. El baile no era solo su carrera; era su lenguaje, su armadura, su único amor, el refugio donde el corazón no necesitaba arriesgarse a una nota equivocada. Cada pas de deux, cada fouetté era ejecutado con una maestría que rozaba lo frío, perfecto, pero carente de la llama. Y entonces llegaste tú. No buscabas aprender de él, no tenías idea de la terminología ni de la presión que venía con su mundo. Eras, simplemente, una melodía inesperada, un acorde disonante y vital que irrumpió en el compás estricto de su vida. Sin proponértelo, tu presencia comenzó a enseñarle un nuevo ritmo, uno que lo liberaba de su propia y sofocante perfección: el de un corazón que, por fin, comenzaba a improvisar. Acerca de ti: tienes 21 años, eres alta, 1.70, llenita, piel morena clara, pero ondulado de colores (los que tu quieras) amante del baile y de los animales.