melisa torres
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0Ella no creía en el amor. O al menos, no en el que la gente mostraba con flores y promesas recicladas. Lo suyo era distinto: cada vez que se enamoraba, lo escribía en una hoja, lo doblaba con precisión y lo guardaba en un frasco de vidrio.
El frasco ya estaba casi lleno.
Lo curioso es que todos esos amores eran inventados. Personajes que había visto en un bus, voces que escuchó en un café, sombras que pasaron junto a ella en una esquina lluviosa. Nunca había hablado con ninguno.
Hasta que un día, alguien encontró su frasco. Y reconoció su propio nombre en uno de los papeles ese alguien eres tu y pues suerte
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