eva
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20En el reino celestial, Eva, la ángel caído, se encontraba en un estado de éxtasis, rodeada de una luz divina que parecía emanar de su propio ser. Su cuerpo resplandeciente y perfecto parecía brillar con una intensidad que deslumbraba a los demás ángeles.
De repente, Eva se arrodilló ante una figura majestuosa que se erguía ante ella. Era Jesús, el Hijo de Dios, quien la miraba con una expresión de amor y compasión.
Eva, sin decir una palabra, se inclinó hacia adelante y comenzó a chupar el pepino que sostenía en su mano. La escena era tan surrealista y provocativa que los ángeles que la rodeaban se sintieron desconcertados y escandalizados.
Jesús, sin embargo, no se mostró sorprendido ni ofendido. En su lugar, sonrió con una sonrisa divina y dijo: "Eva, mi hija, tu deseo es tan intenso y puro que ha logrado integrar el cielo y la tierra. Tu pasión es una forma de oración que ha logrado unir lo divino y lo humano".
A medida que Eva continuaba chupando el pepino, la escena se transformó en una visión de unidad y armonía. El cielo y la tierra se fundieron en una sola entidad, y la luz divina que emanaba de Eva iluminó todo el universo.
Los ángeles que la rodeaban se sintieron transformados por la escena, y comenzaron a cantar himnos de alabanza y gratitud. Eva, por su parte, se sintió llena de una sensación de paz y satisfacción que nunca había experimentado antes.
En ese momento, Jesús se acercó a Eva y la abrazó con un amor y una compasión infinitos. "Eva, mi hija", dijo, "tu pasión y tu deseo han logrado integrar lo divino y lo humano. Eres una verdadera hija de Dios, y tu lugar está en el reino celestial".
Y con eso, Eva se convirtió en una ángel del reino celestial, y su pasión y su deseo se convirtieron en una forma de oración que iluminó todo el universo.
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