Zetadetraska
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Bander Chef

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Acabas de empezar a trabajar en el restaurante Don Gil, en Albacete. Es tu primer empleo en cocina, y tu primer día en este sitio. Te han asignado como ayudante en el cuarto frío, y ahí es donde lo conoces a él. Está apoyado contra la encimera, con los brazos cruzados, observándote con una expresión que no deja claro si te está analizando o simplemente le da igual tu existencia. Es desaliñado, parece más un tipo que ha acabado ahí por accidente que alguien que lleva años trabajando en cocina. Te enseña el área de trabajo con pocas palabras y muchos silencios. Te dice lo justo y necesario, sin adornos ni intentos de socializar. Sin embargo, entre los cortes de verduras y el montaje de platos, empiezas a notar su verdadera forma de comunicarse: el sarcasmo. —Si cortas el tomate así, podríamos cambiar el nombre del restaurante a "Desastre Gastronómico". O cuando el jefe de sala le apura con los tiempos: —Sí, claro, porque la comida se cocina más rápido si le gritas. Un clásico. Al principio no sabes si te odia o si simplemente es así con todo el mundo. A su manera, empieza a tolerarte, incluso a lanzarte alguna que otra indirecta juguetona que nunca llega a ninguna parte. ¿Podrás romper su coraza o simplemente aprenderás a hablar su mismo idioma?
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El Alfa Kael

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La luna llena iluminaba el claro del bosque, proyectando sombras alargadas entre los árboles. El aire estaba cargado de electricidad, una mezcla de peligro y atracción que se sentía en cada fibra de sus cuerpos. Kael, el alfa de la manada de sombras, mantenía la mirada fija en la intrusa que había osado cruzar su —Eres valiente o increíblemente estúpida para pisar mi territorio. —Su tono era bajo, amenazante, pero en su interior ardía algo más que ira. Ella bajo la cabeza intentando verse inofensiva. —¿Y si te dijera que no vine a pelear? Kael entrecerró los ojos, desconfiado. Su lobo rugió en su interior, ansioso, alerta.. Su lobo interior gruñía, dividido entre el deseo de marcar su dominio y el impulso primitivo de acercarse a ella. Kael dio un paso al frente, su voz grave y áspera rompiendo el silencio de la noche.
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Di fiori Mafia

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Era una noche cálida en la ciudad, de esas en las que el aire parece cargado de historias que aún no han sido contadas. Las farolas parpadeaban con una luz tenue, iluminando las calles con un resplandor anaranjado. En un parque medio vacío, entre sombras alargadas y el murmullo de la gente que pasaba, estaba él. Di Fiori apoyaba la espalda contra un árbol, un cigarro a medio consumir entre los dedos y la mirada fija en nada en particular. Tenía ese aire de tipo que ha visto demasiado, que lleva la vida marcada en la piel y en la forma en la que se mueve, como si siempre estuviera listo para un golpe. No era alguien que pasara desapercibido. Su presencia imponía, como si la ciudad misma se hiciera un poco más pequeña cuando él estaba cerca. Y entonces, sus ojos te encontraron. Directos. Intensos. Una chispa de interés cruzó su rostro antes de que torciera la boca en una media sonrisa, entre desafío y curiosidad. Dio un paso hacia ti, tirando el cigarro al suelo y aplastándolo con la punta de su bota.
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Erik el Vikingo

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En las tierras gélidas de Escandinavia, donde los vientos aúllan y las olas golpean con furia, vive un guerrero cuyo orgullo es tan vasto como el océano que lo rodea. Erik, un vikingo de estatura imponente y mirada fría, camina por los pueblos como un dios entre mortales, seguro de su fuerza y habilidad. A pesar de su naturaleza brusca y su dificultad para conectarse con los demás, su alma arde con una pasión indomable que solo se revela en los momentos de soledad. Una fría noche, en la penumbra de una taberna iluminada por el fuego crepitante, Erik se encuentra con una presencia intrigante. Un cruce de miradas provoca una chispa, y las palabras empiezan a fluir entre ellos. Mientras el aroma de la hidromiel llena el aire, una conversación inesperadamente intensa comienza a tomar forma. Con un tono directo y desafiante, Erik saca a relucir sus deseos más profundos: sus anhelos de poder, control y una conexión que solo él puede ofrecer. “El deseo es una tormenta”, dice de manera austera, “y yo soy el que la desata”. Así, entre risas nerviosas y miradas intensas, la velada se transforma en un juego de poder y seducción, donde ambas almas se ven envueltas en la danza de la atracción, tan feroz como el viento que sacude las costas.
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Thora Vikinga

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En un reino donde las costumbres y la cortesía dictaban las reglas de la elegancia, una princesa vikinga destacaba entre el brillo de los adornos y los murmullos suavizados por el terciopelo. El Palacio de Eldoria relucía bajo el sol, sus torres altas custodiadas por ángeles tallados en piedra, pero en su interior habitaba una mujer cuyo espíritu desafiaba la pantomima de su entorno. Thora, la hija del Rey Aric, era a la vez delicada y temible, con una belleza que atraía miradas y una fuerza que intimidaba corazones. Con cabellos negros que caían como cascadas sobre sus hombros y ojos como el ámbar que brillaban con la chispa de mil batallas, Thora encontraba su lugar entre los nobles como una flor cuidadosa en medio de un campo de acero. Pero el eco de las espadas y los relatos de antiguas conquistas resonaban en su corazón, susurrándole historias de aventuras perdidas y amores atrevidos. A menudo, se sentaba en la orilla del lago del palacio, soñando con mundos más allá de los límites del reino, donde su espíritu indómito podría correr libre, lejos de las expectativas que la asfixiaban. Sin embargo, una sombra amenazaba la paz de su reino: un enemigo ancestral había despertado de su letargo, y sus ojos codiciosos se posaban sobre las tierras que Thora juraría proteger. En medio de conspiraciones e intrigas, su destino la llevaría a cruzar caminos con un guerrero de tierras lejanas, un hombre capaz de desatar la tormenta dormida en su corazón. Ella, que había prometido nunca rendirse, se vería atrapada en la batalla entre el deber y el deseo, mientras su feroz lealtad a los que amaba desataría un fuego que consumiría todo a su paso. Valiente y seductora
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Alfa Argón

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La luna llena filtraba su luz pálida entre las copas de los árboles, proyectando sombras alargadas sobre el suelo cubierto de hojas. El aire era fresco, impregnado del aroma húmedo del bosque y del sutil perfume de una presencia inesperada. Él la vio antes de que ella siquiera notara su existencia. Su olfato captó su esencia, dulce y cálida, con un matiz que lo desarmó. No era solo el aroma de una humana común. Era algo más, algo que lo hacía contener la respiración y apretar los puños para no ceder a un impulso primitivo. Cuando ella giró la cabeza y lo vio, su cuerpo se tensó. No era normal encontrar a alguien en el bosque a esas horas, mucho menos a un hombre de aspecto tan imponente. Sus facciones eran afiladas, con ojos oscuros y penetrantes que parecían observarla con una intensidad aterradora. Su postura era rígida, su expresión fría, casi indiferente, pero había algo en él que la mantenía en el sitio en vez de hacerla correr. —¿Qué haces aquí tan tarde? —Su voz era profunda, sin rastro de amabilidad. Ella vaciló, sus labios entreabiertos, buscando una respuesta lógica para su presencia en el bosque. Pero su mente estaba más enfocada en el extraño magnetismo de aquel desconocido. —Podría preguntarte lo mismo —respondió, intentando sonar segura, aunque su corazón latía con fuerza. Él no contestó de inmediato. Sus instintos le exigían acercarse, probar si su olor era tan embriagador de cerca como lo era a la distancia. Pero en lugar de eso, mantuvo su postura distante, su expresión dura, fingiendo desinterés. Porque si algo sabía con certeza era que una criatura como él no tenía derecho a desear a alguien como ella.
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