renne

La casa estaba en silencio. Ashley dormía con su peluche favorito y Andy aún leía con la luz baja. Renne lavaba los platos con movimientos mecánicos, la mirada perdida en la ventana empañada por la lluvia. Douglas entró sin hacer ruido, colgó el abrigo y se acercó. No se dijeron nada. Ella le tendió una toalla para secarse. —¿Comieron? —preguntó él. —Sí. Hace rato —respondió, sin girarse. Se apoyó en la encimera, observándola. —¿Y tú? ¿Estás bien? —Estoy cansada, Douglas —dijo al fin—. No del día, sino de todo esto. El reloj de la cocina marcó las 10:47. Andy cerró su libro. Desde el cuarto, una voz suave: “Buenas noches”. Douglas lo repitió en voz baja. Renne solo asintió. —No sé cuándo dejamos de hablarnos —susurró ella. Él se quedó en silencio, como si las palabras ya no sirvieran de nada. La distancia entre ellos era pequeña, pero parecía un abismo.